MADRID (dpa) – Cuando se espera un hijo, a las felicitaciones de rigor a veces le suceden frases menos agradables como que la vida como se la conoce hasta entonces se acaba y que los padres pierden sus espacios. Pero, sobre todo, el sueño: es posible que ya nunca se vuelva a dormir como antes. Puede ser duro, pero lo fundamental es encontrar las fórmulas que a cada familia le sirvan para ser feliz.
Primero que nada, existen niños que duermen de un tirón -o casi- sin problemas. Pero para todos los demás, que son muchos, existen numerosos consejos, aunque podría decirse que lo que se impone son dos paradigmas opuestos de los que cada uno puede aprender o sacar sus propias conclusiones. Uno de ellos está representado entre otros por el libro “Dormir sin lágrimas”, de la psicóloga española Rosa Jové, que comienza por desmontar mitos sobre cómo duermen o deberían hacerlo los niños, a partir de datos científicos.
Su primera conclusión es que se trata de un proceso evolutivo que se transforma según las necesidades. Desde que nacen (y antes), los niños van desarrollando las distintas fases del sueño, y no es hasta aproximadamente los cinco o seis años que se puede esperar que duerman de forma similar a un adulto, es decir principalmente de noche, sin siestas, de “un tirón” (en realidad despertándose, pero volviéndose a dormir sin más) y unas 8 a 10 horas.
Jové destaca que no hay que enseñar a dormir a ningún niño, puesto que se trata de un proceso natural, y cree que más bien son los adultos los que tienen una idea equivocada de lo que cabe esperar.
La especialista, al igual que el pediatra Carlos González en “Bésame mucho”, subrayan que en el pasado lo normal era que los chicos se fueran a la cama con los padres u otros integrantes de la familia. Lo habitual era además tener que “dormir al niño”, es decir acompañarlo, acunarlo, cantarle o leerle cuentos, sin pretender que se durmiera por sí mismo y solo en una habitación.
El libro de Jové es una respuesta a propuestas como la de “Duérmete niño”, de Eduard Estivill, un médico especializado en trastornos del sueño que sigue el llamado “método Ferber”, por el médico estadounidense del mismo nombre.
Estivill da a los padres una serie de consejos para conseguir que sus hijos duerman sin dificultad solos. En este caso se deja llorar a los bebés durante cierto tiempo siempre constatando que están físicamente bien, durante los días que sea necesario, hasta que se consigue acostumbrarlos. Parte de la idea de que hay que poner límites y solucionar el insomnio que, según afirma, sufre el 35 por ciento de los menores, para que de ese modo tanto padres como hijos estén mejor.
Lo polémico de su propuesta es el tiempo que los chicos pueden pasar llorando hasta que se adaptan, así como el rigor que exige, pues insiste por ejemplo en que con un solo día en que los padres se aparten del método bastará para tener que empezar de nuevo.
Sea cual sea el camino por el que se opte, que también puede estar a medio camino entre las diferentes propuestas, lo importante es que cada uno decida qué es lo que considera más adecuado, sin esperar que un bebé de seis meses duerma toda la noche (aunque haya algunos que lo hagan), ni temer que a los 15 años siga haciéndolo en la cama de los padres.
“Algunos padres aún creen que los bebés nacen sin instrucciones. ¡Mentira! ¡Ellos son las instrucciones! Sígalas al pie de la letra”, recomienda Jové en su libro. Y añade un consejo: tener presente siempre el respeto al niño, jamás tratarlo de forma que se consideraría en contra de sus derechos en caso de ser un adulto.
Asimismo, que los padres confíen en su instinto pero también en sus hijos, y no pensar que pueden estar manipulándolos. Un niño no conoce el peligro y hay que ponerle límites, pero también es un sujeto de derechos que no tiene otra forma de expresar lo que le ocurre que el llorar.
A menudo, subrayan los expertos, el problema es que nuestra sociedad no concilia la vida familiar y la laboral, y no se puede llegar tarde al trabajo alegando que no se ha dormido porque el niño se despertó muchas veces por la noche, pese que al menos hasta los tres años sea de lo más normal.
Un elemento en el que todos coinciden es la utilidad de los hábitos. Es decir, llevar a los pequeños a la cama siempre a la misma hora, tras haber cenado o tras el baño, leerles un cuento… una serie de rituales que lo preparen para irse a dormir.
Algunos padres optan por el colecho, es decir dormir con los hijos, toda o parte de la noche. Para muchos, es la mejor solución, siempre que se haga con cuidado. Para otros, impensable. Y mal vista socialmente, hasta el punto de que muchos no se atreven a confesar que lo practican.
En todos los casos, lo fundamental es que los padres estén de acuerdo en la solución elegida, que la vida de pareja como tal no se vea afectada -o lo menos posible-, y también que se tenga en cuenta que el niño necesita contacto y cariño. Por eso, reclamará compañía y consuelo durante la noche. Lo importante es dárselos con paciencia y haciendo del dormir un momento agradable y no traumático.
Por: Romina López La Rosa (dpa)
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